9:23 a.m.
Acabo el desayuno. Embrujo mozárabe y sandwich de queso. Me gusta hacer esta comida sola, sentada en la mesita de la cocina con la espalda en la pared.
Las luces de la mañana empiezan a reflejarse en las paredes de la habitación de enfrente, pero dentro todo está envuelto en la penumbra que caracteriza a la luz artificial. Y yo aquí, con mi taza de té calentándome las palmas de las manos. Sabor a té, olor a té. El único momento del día en que siento que, verdaderamente, no necesito a nadie. Ni mis lentillas. Estas mañanas parecen cuadros pintados al óleo con un pincel demasiado grande y muy pocos ánimos. Que pena que esto ocurra, con suerte, una vez a la semana...puede que sea eso lo que les da la gracia.
Todo el mundo está durmiendo, así que me veo exiliada a la cocina. Una mañana de trabajo como las del colegio en Almería.
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